{Los falsos millonarios} (2010)























“Pero después el Obsesionador
hizo que ambos
resbalaran y cayeran de allí”.

Corán




















¿No ves lo insensato que es salir hoy por la noche?



¿No ves lo insensato que es salir hoy por la noche?
¿No entiendes que hay un pie gigante allá afuera,
que espera, es gigante, aplastará?
No voy a salir, no voy a ir como un ciego
en esos lugares tocando cosas tibias
y viscosas, o arriesgarme a que desconocidos
me susurren adioses, me den múltiples
rosas envenenadas. He visto ya los once
mil pavimentos, y allá en el puerto no hay nada
para mí salvo muerte, un accidente feroz.
Conozco sí lo nocturno, la nación condenada
llamada noche. Así que no me vas a convencer.
Nadie está a salvo. Tú misma no estás a salvo.
Resbalarás en un cerebro y quedarás paralítica.
Alguna serpiente misteriosa te roerá los intestinos.
Te caerá del cielo un satélite oxidado.
No me contradigas. Yo sé de estas cosas.
Desconfía de la gente: licántropos, bestias.
Oh, te darán perfumes: torcerán tus pensamientos
por medio de toda clase de visiones boreales:
pero tu sangre será donada a faraones malditos.
Lanzarán tu cuerpo desde un helicóptero a las calles excoriadas.
¿No ves lo insensato que es salir hoy por la noche?



















Mientras él esté vivo



No seremos felices
mientras él
(el Suplente)
esté cerca,
esté vivo.
Pero incluso muerto él
no seremos felices.
Sólo muertos nosotros
seremos los niños perfectos
que juegan en el prado.
































Te fuiste



Te fuiste corriendo, te fuiste.
Ni adiós, te fuiste.
Esos tacones.
El silencio.
En parte me gustaría llamarte.
En parte estoy feliz de que hayas desaparecido.
En parte sangro.
De mí sale todo ese ensangramiento, esa ondulación.
Ojalá el mundo fuera una vasta playa pedregosa.
Tus ojos en la noche dijeron lo indecible.
Criaturitas en forma de glande se deslizaban por el piso.
No me ufano de nada.
Sé que en este cráneo hay una melodía cínica,
ronca, que vocifera, me hace pensar las peores cosas.
Los ángeles, hasta ellos me ignoran.
Recortan su prodigiosa vista para no ver mis cagadas.
Están socialmente desencantados de mí.
No hay nada convincente en la posición de mis manos.
Te fuiste. ¿Era yo ése gritando? ¿Era yo ése vaciándonos?























Los huevos



Caminando por el parque,
o por el mercado,
o yendo al trabajo,
el dolor: un huevo.

Voy dejando huevos
ocres o grises en toda la ciudad,
gigantescos objetos venudos,
que por lo demás nadie mira,
y a nadie interesan.

A vos te da asco tocarlos,
lo sé bien, aunque nunca decís nada.





























El Cristo



Los clérigos
se dan de bruces

contra algo,

cada vez que intentan 
explicar el amor.

El amor es un laberinto,
un considerable cangrejo
incrustado en lo espeso 

de tu vientre.

Un Cristo frío y ártico nacerá
de todas las combinaciones.






























Te siento



Te siento crítica
y bastante acobardada.
Como torpe, sin lo lúdico
de tus manos te siento,
incompleta tu colección
de sonrisas, menos
tomadora de café te siento,
no poética, perdidos
tus archivos de lo libre,
desencuadernada,
sin catedral, sola,
así es como te siento.











































El vampiro



Te doy, sin dar.

Doy mucho, 
pero apenas.

Doy como dan
los vampiros.

Doy quitando.

Te mueres,

si de mí 
recibes.




























Tener sed



La sed
sos vos.








































La ciudad



Querida:
has endulzado mis días
con innumerables torpezas
que he tenido que guardar
en lo más profundo
de mi ano.

Allí adentro
están todas tus estupideces,
como en una ciudad subdesarrollada,
habitada por peatones, mercaderes,
y ciegos dictadores sin alma.

Una ciudad grande,
creciendo malthusianamente
en mi tracto digestivo,
con barrios y pandilleros
y cementerios sobrepoblados,
y cárceles en crisis.

He defecado durante siglos.
La ciudad sigue allí.




















Buenos hombres torcidos



Buenos hombres
torcidos,
buenos
pero torcidos,
viviendo
sin entender
sus miserias
cerebrales.
Buenos,
pero con el puño
atrapado
en la pared
de nervios,
y llorando
un poquito
mientras
maldicen
de rodillas
a Dios
y a su mujer.






















Mujeres



Me duelen,
todas me duelen.
Las que no he besado.
Las que no he tocado.
Las que no he lamido.

Tengo la sensación
de que la muerte
es no haberme tomado un café
con todas ellas,
las vivas pero también las muertas.

Las veo en la calle;
las extraño aunque no las conozco.

De mí se ríen, eternamente.

Porque saben que estoy contigo.
























Te gusta manchar el corazón



¿Por qué
me estás esquivando,
por qué nos estás esquivando?

¿Por qué correr
hacia la tormenta
en donde te quebrarás
de todos modos?

Te extraño.
El corazón es un vehículo:
resplandece: es tuyo.
Pero te gusta mancharlo.

Cien suicidas.
Cien transiciones como inciensos oscuros.
Cien muñones frustrados.

























Puentes colgantes



Por toda la ciudad
hay puentes colgantes,
de un edificio al siguiente.

Con frecuencia las personas me ven
caminar por esos puentes,
cuando te busco en la noche contaminada,
y apenas te encuentro.

No soy el único.

Otros amantes grises buscan
a sus amadas:
desesperados, hipnotizados,
sin pausa o sosiego,
atraviesan los puentes
como almas que han recibido un balazo:
y por eso se arrastran.
























Argumentos, teologías, tonos y máscaras



Estuvimos hablando
con mi esposa.

Sobre la mesa
cada cual puso
argumentos, teologías,
tonos y máscaras.

Tales fueron los ingredientes.

Al cabo de una hora
un ser fantástico
y descomunal
agitaba venas
como látigos al aire.

Habíamos creado
un ser aberrante.

El animal crecía
con nuestra discordia.

Nos lanzaba escupitajos.

Nos gritaba cosas.

Pero es verdad que
mi esposa y yo
estábamos muy ocupados:
estábamos peleando.

Terminó aburriéndose.

Discretamente bajó de la mesa,
recogió sus cosas
(argumentos, teologías,
tonos y máscaras),
y salió por la puerta.

Pero ya en la mesa
se formaba una segunda Bestia.


Asesinato

Cuando tiré
del gatillo
pude sentir
una especie
de asentimiento
general del cosmos,
una marejada
de aplausos
provenientes
de todas las
cosas vivas
y muertas.
Mis pulmones
se alimentaron
en ese momento
del oxígeno más puro.
La escopeta
brilló bajo el sol,
intacta.
El rostro de la mujer
estaba completamente
desfigurado
por el ácido ardiente
de la pólvora.
Tras el sonoro disparo,
sólo quedaba
un silencio
integrador y místico.
El desierto,
antes famélico,
mendicante,
ahora rebosaba
de ser,
lleno
de la atmósfera
de este crimen.
Encendí un cigarro.
El humo serpenteó
en el aire, 
y luego se emparentó
con el cielo
perfecto y azul.









Nota roja


Esta crónica
llamada matrimonio,
esta nota roja
con un muerto
en la banqueta.






































Los flojos


Flojos los dos
no hacen el amor,
ven la televisión,
vomitan toda esa comida
que comieron,
aunque apenas probaron.
Flojos ciertamente los dos,
sus manos flojas tocándose,
como desde un asco,
flojos los labios quemados,
aflojándose sus miradas
en las cosas distantes.
Flojos, como muertos,
perdonados, los dos,
buenas noches dicen,
y sueñan con cosas
duras y punzantes.


























Sonríes


Si hay algo
que se pudre
más que el resto
de todas las cosas,
es tu sonrisa,
bajo el sol perfecto
de la mañana
impecable.



































Y una mujer ausente


Te extraño,
y a coro te extrañamos
los múltiples miserables
en mí soñándote,
pues a veces lo único
entre dos personas
son los sueños,
y son baratos,
a precio de liquidación,
y se repiten,
con los años,
son miles,
transcurriendo en el enigma
de la memoria,
los años, los sueños,
y una mujer al lado,
pero ausente.


























Tres y diez



Porque después de todo,
los hombres casados
nacen para acordarse de algo.
A las tres y diez
de la mañana
son filósofos, y están casados…




































Duermes. Estás durmiendo.



En los sueños
todo, absolutamente todo,
entre tú y yo es como al principio:
mojado, recién hecho, rocío,
alegría de saber que los gatos existen.
Duermes. Estás durmiendo.
Sueña, por favor,
sueña, y no despiertes.


































Los falsos millonarios



No vale la pena
coleccionar
los frágiles
salarios del afecto,
y luego,
en una sola pelea,
irresponsablemente,
dilapidarlos,
emborracharse,
quebrar cosas,
subirse a las mesas,
como locos millonarios.
Porque ni tú ni yo
somos millonarios:
somos más bien clase media,
en esto del amor.


























Alteridad



No soy yo a todas horas.
Y menos soy él a todas horas.
No soy el que a todas horas te imaginas que soy.
No pidas entonces.
Porque nada puedo darte.
Ni una uña puedo darte.
Y no des,
porque no puedo corresponderte.
No me hables,
cuando me lavo los dientes.
No seas de nuevo tú,
la Continuadora de Esquemas Muertos.
Todo un jueves lleno de ti
es lo más parecido a un lunes lleno de mí.
No puedo ya con tus mosquitos.
No es que no te quiera; es que te odio.
Es que desde esta posición de mirarte repetidamente
lo comprenderías todo, me dejarías en paz.
Botemos las máscaras, cortemos la grama
que nace de la espalda del moribundo cósmico.
Hagamos el amor de la tabula rasa.
Soy como tú: soy otra cosa.
Soy otra forma de ser reptil
y tú también: eres mejor víbora de lo que pareces.
Y te pido perdón por creer que eras distinta.

















Siempre entre los dos



Siempre habrá
una carretera
entre los dos,
separándonos.

Siempre un lío,
un problema municipal,
una conflicto diplomático,
un idéntico genocidio.

Siempre las mismas ideaciones,
los proyectos jamás realizados.

El modo en que los pájaros
se estrellan contra la pinche ventana.

Siempre —siempre—
un ciego inverso,
un ciego incapaz
de ver lo que hay adentro.

Siempre entre los dos
estaremos los dos,
amándonos.


















Mujeres que se casan



Mujeres que se casan,
entre nubes,
entre bloques de pasado,
usadas,
usados sus pellejos
por viejos amantes
y viejos abortos,
y enfermedades
de lo mojado
y lo vulnerable.
Supe que te casabas,
para mi gran felicidad.
Ojalá que él pueda
limpiarte de toda
la suciedad que los demás
te depositamos encima,
de todas las cabronadas,
de las tantas veces
que nos hicimos
los dormidos,
para no verte,
para no amarte.





















Nos miramos



“Alas, poor Yorick!”.
Shakespeare

Aún a veces nos vemos
como aquella tarde nos vimos, cuando… bueno,
ya no importa de todos modos,
los cerdos antes lindos están todos muertos
al final de la calle.
Lo que queda no es el futuro,
ni siquiera el pasado,
sino la mirada.
Y lo carbonizado de la mirada.
Y ya no el reír de los payasos gibosos.
Por la puerta de los fantasmas
te vi alejarte bajo la luz de las estrellas muertas,
hacerte una con la estación lluviosa.
La mirada es decirlo todo
en silencio, es silla al fondo, en donde yo o tú,
alguien está sentado:
viendo esa cosa y las cosas,
viendo a corifeos y esclavos arder por igual,
viendo, todo sea dicho, la grisura y la repetición.
Mediante el silencio nos comunicamos,
con la quijada de lo silencioso mascullamos el deseo,
por no decir nos morimos
—tan dolorosos, tan jaspeados—
a los pies del pulpo ventrudo.
Insomnio y pared, las horas frías.
Lo que nunca jamás amanece.
Nos miramos. Nos seguimos viendo.   











La elipsis



Hoy tampoco
he avanzado
significativamente
hacia vos.
Doy unos pasos
pero vuelvo,
humillado,
elípticamente,
a mí mismo.
Pronto mi rabia,
la cretina,
me desfigura rasgos,
me hace impresentable.
Es mi lunes
de soledad.
Son mis vanos modos
de escupir,
desérticamente.
Son las paredes
sin ventanas:
es mi hueso.





















Levanto la copa



Lo intenté. Lo quise de veras.
Nada quedó.
Un dedo.

Levanto la copa.
Por el orín.
Por los laúdes muertos.
Por los grumos
en el vientre de mi madre.
Por el mar olvidado.
Por este nuevo divorcio.
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